Luis Alfonso Cabrera

La Jornada de Luis Alfonso Cabrera Ortiz 

Luis Alfonso Cabrera Ortiz nació bajo un vendaval el 11 de octubre de 1958. Hijo de Jorge Cabrera Alegría y María Petronila Ortiz Gutiérrez, fue el séptimo de doce hermanos. Llegó al mundo en la humilde casa de paja de su abuela paterna, Josefa Alegría Vallecillo, en la famosa Punta de Plancha. Su madre solía decir que su primer grito no fue como el de un recién nacido, sino más bien como el bramido de un ternero reguego — un sonido fuerte y particular que ya anunciaba el carácter único con el que Luis Alfonso caminaría por la vida. Luis creció en la comunidad de Los Leonardos, bajo la mano dura y trabajadora de su padre, y disfrutando de las comidas caseras más sabrosas que preparaba su madre. Desde niño mostró habilidad y pasión por el deporte, siguiendo los pasos de sus hermanos mayores, y se dio a conocer como uno de los mejores beisbolistas en esa zona durante su época. Aprendió sus primeras letras en escuelas locales, pero a sacrificio de largas caminatas bajo el sol o la lluvia, cruzando ríos y montañas. Y sin embargo, lo disfrutó: en aquel ambiente saludable, la diversión era contar cuentos de hadas junto a sus hermanos y amigos mientras caminaban. En su juventud dejó el campo para estudiar y trabajar en Managua. Ingresó al Banco de América como mensajero y, en pocos meses, gracias a su dedicación y a su inteligencia natural, fue promovido a programador de computadoras. Para ese entonces ya había conquistado su corazón el amor de su vida, Esperanza Isabel Pao. Ambos se arriesgaron a todo y, a pesar de las dificultades, su amor prevaleció. De esa unión nacieron cuatro hijos que hoy lo despiden con amor, gratitud y canciones de amor. Luis se destacó por su valentía. A los quince años defendió con coraje a su hermano Guillermo, arriesgando su propia vida. Más tarde, en la guerra civil de los años 80, defendió con firmeza a Nicaragua. En esa misma década decidió emigrar a los Estados Unidos. Llegó tras muchas dificultades, dejando a su familia con la esperanza de reunirlos nuevamente. Y así lo hizo: con esfuerzo e incansable misión, logró traerlos a California. El destino lo llevó luego a Miami, donde volvió a empezar de nuevo, trabajando en todo lo que encontraba. Puso techos, construyó, y hasta llegó a ser chofer personal de Julio Iglesias y su familia. Más tarde regresó a California junto a su familia, destacándose en ventas como un profesional, y también operó su propio negocio, Cabrera Services, con el que triunfaba. Pero a medida que la familia crecía, el alcohol comenzó a dominarlo sin que él mismo lo notara. Al perder a su esposa, Luis Alfonso perdió también parte de su valor. En sus últimos años, la vida se le hizo más dura: sufrió, renegó muchas veces, perdió un poco la noción, y con sus risas buscaba mitigar el dolor y esconder la tristeza de su ausencia. Y sin embargo, detrás de esas sombras permaneció la esencia de quien fue: un hombre valiente, trabajador, soñador y profundamente amador de su familia. Hoy se le recuerda no por sus batallas perdidas, sino por la fuerza con que vivió, por el amor que sembró y por la huella que dejó en todos los que lo amaron. Dejó en sus hijos un legado eterno: las músicas que vertía de sus pulmones, su picardía y su sonrisa, y ese grito alegre que aún resuena: “¡Ahua, ahua… viva Luis Cabrera!”

The Journey of Luis Alfonso Cabrera Ortiz

Luis Alfonso Cabrera Ortiz was born in a storm on October 11, 1958. Son of Jorge Cabrera Alegría and María Petronila Ortiz Gutiérrez, he was the seventh of twelve siblings. He came into the world in the humble straw house of his paternal grandmother, Josefa Alegría Vallecillo, in the well-known Punta de Plancha. His mother used to say that his first cry was not like that of a newborn, but more like the bellow of a stubborn calf — a strong and particular sound that already announced the unique character with which Luis Alfonso would walk through life. Luis grew up in the community of Los Leonardos, under the hardworking and firm hand of his father, while enjoying the delicious homemade meals his mother prepared. From a young age, he showed skill and passion for sports, following the steps of his older brothers, and became known as one of the best baseball players in the area during his time. He learned his first letters in local schools, but at the sacrifice of long walks under the sun or rain, crossing rivers and mountains. Yet, he enjoyed it: in that healthy environment, fun meant telling fairy tales with his siblings and friends as they walked. In his youth, he left the countryside to study and work in Managua. He joined the Bank of America as a messenger and, within a few months, thanks to his dedication and natural intelligence, he was promoted to computer programmer. By then, he had already won the heart of the love of his life, Esperanza Isabel Pao. Together they risked everything, and despite difficulties, their love prevailed. From that union, four children were born who today bid him farewell with love, gratitude, and songs of love. Luis was distinguished by his bravery. At fifteen, he defended his brother Guillermo with courage, risking his own life. Later, during the civil war of the 1980s, he defended Nicaragua with determination. In that same decade, he decided to emigrate to the United States. He arrived after many hardships, leaving his family behind with the hope of reuniting them again. And he did: with effort and tireless mission, he managed to bring them to California. Destiny later took him to Miami, where he started over once again, working at anything he could find. He laid roofs, built, and even became the personal driver of Julio Iglesias and his family. Later, he returned to California with his family, standing out in sales as a professional, and also ran his own business, Cabrera Services, with which he prospered. But as the family grew, alcohol began to dominate him without him realizing it. After losing his wife, Luis Alfonso also lost part of his strength. In his later years, life became harder: he suffered, often grew bitter, and at times lost his sense of direction, hiding his sadness behind laughter. And yet, behind those shadows remained the essence of who he was: a brave man, hardworking, a dreamer, and deeply loving toward his family. Today, he is remembered not for the battles he lost, but for the strength with which he lived, for the love he planted, and for the mark he left on all who loved him. He left his children an eternal legacy: the music he sang from his lungs, his wit and his smile, and that joyful cry that still resounds: “Ahua, ahua… viva Luis Cabrera!”